En Vera de Bidasoa- Bera, durante el periodo
de la tercera guerra carlista 1873-1876, existía una fábrica de hierro dedicada casi
exclusivamente a la fundición de los proyectiles de los diferentes calibres que
necesitaba la Artillería carlista como: bombas, granadas y otros suministros de guerra.
“A
partir de 1853 en Bera hubo un horno alto, construido sobre la antigua ferrería
de Olandia. En 1861, pasó a dirigir la empresa Manuel Blandín. La razón social
entonces se modificó a Blandín y Compañía y la empresa pasó a llamarse Fábrica
del Alto Horno y de la Fábrica de Chapas del Bidasoa. Sin embargo, esta fábrica
debió de tener poca actividad ya que no hay noticias de su funcionamiento. En
1864 se produjo la liquidación de la sociedad a causa de no
haber sido excesivamente rentable. En 1866 Manuel Blandín adquirió de los demás
socios comanditarios el horno alto, la fábrica y dos minas y obtuvo la
concesión de otras minas, quedando el mencionado Blandin como único responsable
de la empresa. La producción siguió siendo en esos años de lingotes de hierro
de muy buena calidad, exportándosela producción entre 1869 y 1872 a países
europeos y a Estados Unidos.
Durante
la guerra carlista siguió funcionando, siendo ocupada a la fuerza por parte de los carlistas en varios periodos de la
misma, valorándose las pérdidas ocasionadas a Blandin en 90.821 pesetas” (Pilar Erdozain-Fernando Mikelarena, La
incidencia de fundiciones sobre la estructura socioeconómica beratarra entre 1857
y 1930.)
En los primeros compases de la guerra, los
primeros suministros de artillería con
los que contó el ejercito carlista provinieron a consecuencia de las batallas
de de Eraul y Udabe en la primavera de 1873. En estas batallas consiguieron dos
piezas cortas, rayadas de 8 cm con sus cureñas y dotación de municiones, y poco
más tarde consiguieron dos obuses lisos en bronce, cortos de 12 cm en la
conquista del fuerte de Lizárraga.
Ante la
nueva situación generada por el acopio de los cañones, y la necesidad de contar
con otros más, que posteriormente fueron adquiridos principalmente en
Inglaterra, los jefes del Ejercito Carlista, decidieron que el suministro artillero
fuera producido en
las fábricas situadas en Bera, Arteaga, Azpeitia y Bacaicoa, siendo el Teniente Coronel D. Elicio Berriz, el
militar al que se encargó del mando superior de la artillería en los primeros
compases de la guerra.
Por otra parte, durante la guerra, ante la
dificultad orográfica de trasladar los proyectiles de Bera a otros lugares, se
planteó el desmontar la maquinaria de la fábrica y trasladarla a Bacaicoa,
cuestión que ante el cúmulo de dificultades que suponía, no se llevó a efecto,
y por ello la fábrica de Bera, durante la mayoría del tiempo
que duró la guerra, tuvo que al
alimentar unas cien bocas de fuego de quince calibres diferentes, esto fue así
hasta febrero de 1876 cuando el General liberal Martínez Campos entra en Bera,
y se puede dar por finalizada la contienda.
En aquellos momentos
iniciales de la guerra, se decide que la producción de Bera se destine en
exclusiva a la fundición de los proyectiles de los diferentes calibres que
había en la Artillería carlista, siendo esta producción destinada principalmente para cañones
ligeros y de gran alcance, que se usaban principalmente en la montaña del
modelo Whitworth y para los modelos
Woolvich y Wavasseur siendo estos
últimos, más útiles en campos de batalla abiertos.
“El primer oficial facultativo
de Artillería que se puso al frente de la fábrica de Fundiciones de Vera, fue el teniente D. Domingo Nieves, natural de
Canarias, quien había terminado su carrera en 1871, ocupando el número 129 de
los de su clase, cuando la disolución del Cuerpo. Como él y los hermanos D.
Leopoldo y D. Luis Ibarra eran los únicos artilleros que había entonces en el
ejército carlista, tuvieron que multiplicarse prodigiosamente y desempeñar toda
clase de destinos y comisiones. Tan pronto se les veía dirigiendo la
fabricación de proyectiles huecos ó sólidos en Vera, como acudiendo a las
fábricas de armas de Eibar y Plasencia, como al frente de los cañones de
Guipúzcoa”.
Posteriormente ocupó el
cargo de Director de la fábrica el capitán
de artillería D. José de Lecea, ayudado por el antiguo Alférez Alumno de la
Academia de Segovia, Gómez Quintana y por el teniente D. Luis Ibarra. Todos
ellos eran procedentes del Ejército Nacional que en su momento decidieron
servir a Carlos de Borbón. También estuvo como director de la fábrica de Vera
antes de pasar a la de Azpeitia en comandante de Artillería, Luis Pages.
Por Antonio Brea, miembro de la Dirección General del Cuerpo de Artillería desde 1868
bajo el reinado de Isabel
II y condecorado con la Cruz de San Fernando por sus actos en la guerra de África y que dentro del campo carlista llegó a alcanzar
la graduación de General de Brigada del Cuerpo de Artillería, y Jefe del Cuerpo
en el Estado Mayor de Navarra, conocemos el papel de la fábrica de Bera en el
desarrollo de la 3ª Guerra carlista. En su obra “Campaña del Norte 1873-1876”, encontramos
relatos de cómo la Junta Carlista otorga a la fundición de Bera un papel
importante en el abastecimiento de proyectiles para sus cañones.
“Hasta la acción de Eraul no
hubo artillería en el ejército carlista del Norte y viendo su resultado tanto
las secciones de Guipúzcoa como la
batería de Navarra comprendieron la necesidad de tener cañones y de
abastecerlos convenientemente de municiones y de pólvora.
En cuanto al segundo de estos
artículos se encargaron las Diputaciones á guerra de proveer a tan precisa
necesidad. Una de las fábricas de pólvora se situó en Vera, otra en Riezu (Navarra)
y otras en diferentes puntos. Pero su elaboración, de suyo minuciosa y
complicada para obreros no expertos en esta industria, no producía, en clase y
cantidad, el buen resultado que hubiera sido de desear. Varias fábricas de
pólvora se establecieron en las provincias vasco-navarras, y algunos talleres
para la recarga de cartuchos metálicos; pero el mal servicio siguió hasta el mes
de Septiembre en que empezó á regularizarse todo.
La fábrica de municiones y
pirotecnia de Vera fue la primera que a cargo de los oficiales de Artillería
empezó muy pronto á dar resultados, por la idoneidad y práctica de sus
directores. El hierro era de la mejor calidad, pues procedía del que el enemigo
tenía depositado en su antigua fábrica de Orbaiceta. Con este hierro, mezclado
de lingote inglés de primera clase, se fundían proyectiles huecos y sólidos que
en nada cedían á los que usaba el enemigo.
La fábrica fundición de Vera,
que tan importante papel desempeñó en la centralización y organización
definitiva del Cuerpo después del sitio de Bilbao, era propiedad de un francés
que, no hallándose en situación de utilizarla para su industria particular,
hubo de alquilarla á la Junta de Navarra, la cual pensó en ella para una
maestranza, fundición, talleres y demás que fuera necesitándose en el ejército
carlista.
Al principio eran pagados los
jornales de los obreros fundidores, moldeadores, maestros, etc., por los fondos
particulares de la provincia, como enclavada en ella Pero como quiera que su
principal destino fuese la fabricación de proyectiles, y éstos tanto servían
para alimentar las bocas de fuego de Navarra como las de otras provincias, cuando
se concentró el Cuerpo el año siguiente, varió su organización administrativa,
por más que su dirección facultativa fue siempre peculiar de los oficiales de
Artillería Puede decirse que su director, que lo fue D. José de Lecea,
desempeñó este destino todo el tiempo que duró la guerra civil, pues sólo
estuvo separado de ella en dos ó tres ocasiones.
El teniente Lecea había salido
de la Academia el año 1867, y ocupaba el número 73 de los de su clase cuando se
presentó á servir en. El ejército carlista. Entre los destinos que desempeñara
anteriormente fue uno el de teniente, jefe de labores de la fundición de
Orbaiceta, cuya fábrica conocía, por tanto, perfectamente. Esto sirvió para que
desde luego, como perito en la materia, prosiguiese en Vera el análogo destino
que tuvo en el ejército liberal; y como Orbaiceta fue ocupada por los carlistas
cuando se tomó la Aduana de Valcarlos, pudo Lecea fundir proyectiles con los
mismos moldes, con la ayuda de los mismos planos y hasta de los mismos libros
que existían en su biblioteca.
Hasta el desembarque de los
primeros cañones extranjeros en 1874, se fundían en Vera granadas de 8
centímetros con tetones de plomo, reglamentarios, ojivales y esféricos para
obús corto de 12 centímetros, y algunas bombas de 27, 16 y 32 centímetros. Al
principio se fundieron también algunas balas y aún granadas ojivales sólidas para
satisfacer el capricho del Diputado General de Guipúzcoa Dorronsoro y del Cura de
Hernialde, quienes pretendían que dichos proyectiles servían mejor que los
huecos para batir en brecha.
No nos detendremos en seguir
paso á paso las dificultades que hubo de vencer Lecea durante su larga
dirección de la fábrica; sólo diremos que en las fundiciones de los liberales
únicamente se fundían proyectiles de dos clases para campaña: en cambio en el
ejército carlista, como no eran iguales todos los cañones, tenían que hacerse
proyectiles de distintas clases, y sin embarco llegaron á fundirse cientos
diarios, concluidos y hasta pintados para evitar la oxidación.
En estos trabajos fue auxiliado Lecea por el teniente
D. Luís Ibarra, quien acababa de terminar su carrera al disolverse el Cuerpo,
así como por Gómez Quintana, alférez alumno de la Academia de Segovia, cuyos
oficiales estuvieron al lado de Lecea para ayudarle en las múltiples y variadas
cuestiones industriales que surgían á cada paso en el difícil desempeño de su
cometido.
La dificultad de primeras materias,
al principio, para la construcción de espoletas y otros efectos de guerra, hizo
que se hiciesen espoletas de madera y de tiempo para los proyectiles huecos. En
cambio la fábrica era inmejorable por su situación (gracias a la cual se
allegaban con suma facilidad y baratura recursos y primeras materias de
Francia), por hallarse al abrigo de un golpe de mano del ejército contrario, y,
en fin, por disponer de una magnífica rueda hidráulica como fuerza motriz, y de
espaciosos talleres, tornos, bancos y cuanto pudiera necesitarse en lo
sucesivo.
Resumiendo, pues, cuanto
llevamos expuesto sobre este primer período de la artillería carlista, período,
digámoslo así, de transición diremos que en 15 de Agosto de 1873 contaba el
Cuerpo con una fábrica de proyectiles, dos cañones rayados de 8 centímetros en
Guipúzcoa, otros dos de la misma clase y dos obuses en Navarra, con buena
dotación de gente y ganado, aunque escasa de buen material y de oficiales facultativos,
cuyo número llegó poco tiempo después á veinte, sin contar los alumnos y los
alféreces alumnos de la Academia de Segovia ni los cuatro oficiales del Cuerpo
General de la Armada que prestaron también servicio de artilleros
posteriormente a la batalla de Abárzuza”.
Esta producción estaba regulada con arreglo de
la consignación de la Junta de Navarra, y a pesar de las dificultades que
suponía en aquellos momentos las comunicaciones entre los actores de la guerra,
el director de la fábrica D. José Lecea siempre anticipó el suministro
requerido de las municiones. Como dato de referencia, el 4 de noviembre de
1874, en el intento carlista de tomar Irún, ese día se dispararon 1.200
granadas y 140 bombas.
Fue tal la cantidad de munición y proyectiles
producida en la fábrica de Bera, que hubo que habilitar cercano a la fábrica un
almacén que hacía las veces de Parque de Artillería, en el cual el 14 de enero
de 1874 se produjo un derrumbamiento con
las consecuencias fatales de dos carlistas muertos al ser sus cuerpos cubiertos
por los escombros del derrumbe. Los fallecidos fueron: Martín Sanz Jara,
soldado carlista de 18 años de edad, natural de Salvatierra provincia de
Aragón, y Pio Gesta San Lorenzo,
teniente carlista del dicho parque de artillería. Era natural de Pamplona, y
estaba casado con Dionisia Ardanaz. Falleció a la edad de 58 años.
Como curiosidad, además de los
proyectiles, bombas y granadas producidas en la fábrica de Bera, en ésta, se
construyó lo que aparentemente pudo ser un primer carro blindado usado por los
carlistas el 12 de octubre de 1874 en Behobia.
“En Behobia, los carlistas se
preparan para utilizar contra el fuerte una especie de carro blindado que han
traído de Vera. Este curioso carro se desliza sobre seis ruedas, y sus
ocupantes, que hacen de fuerza motriz y de combatientes al mismo tiempo,
avanzan en su interior protegidos hasta unos 25 centímetro del suelo por un
fuerte blindaje de chapas. Se ha construido en la ferrería de esa villa según
los planos de José Joaquín Emparan, quien también ha inventado un lanzador de
petróleo a distancia que consiste en una bomba especial alimentada por dos
barriles de ese combustible que llevan los ocupantes en el carro blindado junto
a granadas de mano, botellas de petróleo, estopa y otros pertrechos que esperan
utilizar contra el puesto para incendiarlo.”(Guerras
Carlistas en Irún y Hondarribia 1833-1876, Ramón Guirao/Rafael González)
Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales