jueves, 31 de octubre de 2024

 

INUNDACIONES EN BILBAO MAYO 1858



Crónica publicada en el periódico El Mundo pintoresco con fecha 23/5/1858. La lámina pertenece al artista Pedro Pérez de Castro.

Desde el miércoles 6 del corriente empezó a llover a mares en Bilbao. El jueves, A las once y media de la mañana, ya el Nervión rebasó el vivo de todos los muelles, y con la torrental lluvia que sin cesar caía. lluvia que era general en toda la zona que baña, engrosábanse sus aguas, y recogiendo la de sus afluentes, desembocaba en Bolueta bravo e impetuoso. A las doce había invadido la plaza del Mercado, la Ribera, muelle del Arenal, y reventado en la del Correo uno de los conductos subterráneos, que es siempre el que da la señal de alarma a los habitantes de aquella parte. A la una, la creciente se hizo más rápida; adelantó considerablemente por las calles del Correo y Bidebarrieta, y la plaza del Mercado, Ribera y Arenal, se hallaron ya casi anegadas; pero de una y media a dos y media de la tarde tomó tal incremento la avenida, que los habitantes empezaron a abrigar inquietudes por la suerte que esperaba a sus intereses invadidos por el agua, y otros gravemente amenazados. Creciendo siempre las corrientes, en las horas de tres y cuatro invadieron las calles de la Reina, Víctor y Sombrerería, y reventando el conduelo del Portal de Zamudio, llenándose (le agua Arte-calle, Somera y Tendería. El mismo fracaso aconteció en la plazuela de Santiago, con lo que se interceptaron las comunicaciones de la calle de la Torre con la de Bidebarrieta, recibiendo ya del río, ya de los conductos subterráneos, más o menos cantidad de agua las calles Nueva, Santa María, Merced, Perro, Barrencalle-Barrena, Barrencalle, Carnecería Vieja y las demás que abocan a la plaza del Mercado, exceptuándose de la catástrofe las de Jardines, Lotería, Esperanza, Ascao, Cruz, Matadero y Ronda. 

Desde las cuatro y media hasta las cinco y media las aguas se mantuvieron inalterables, hasta que a las seis observóse con no poca satisfacción que empezaban a bajar paulatinamente, y ya desde las seis y media el movimiento descendente era muy marcado, encauzándose riel todo en su lecho a las doce de la noche.

Durante las horas que acabamos de indicar, el cielo abría sus cataratas. Baste decir que amaneció lloviendo con duro viento del N. O., y anocheció sin que el agua cesara de caer un instante con más o menos tuerza. Cuando las sombras de la noche empezaban a ocultar los objetos y eran más de temer los estragos, porque la pleamar correspondía a los 10 y 12 minutos, cesó de llover largos intervalos, y la confianza de ver las aguas retiradas alentó a los corazones.

Todo aquel que conozca la situación de Bilbao, sabe lo expuesta que se halla a las inundaciones; algunas han pasado a la historia; así es, que cuando hay temores de que se presenten, el pueblo entero se lanza a sacar de los almacenes y depósitos de comercio las mercaderías, para ponerlas a buen recaudo en los primeros pisos o entresuelos.

Naturalmente esto debía ocurrir en la mañana y tarde del jueves, y las narrias y carros de bueyes, las tandas de cargueras y cargadores, las de embaladores y las de cuantos mozos se presentaban, hallaron ocupación para trasladar efectos desde los puntos bajos y los altos, ora en los edificios mismos, ya desde una a otra calle. Y estas operaciones, en la ocasión presente, eran tanto más importantes, cuanto que había grandes existencias de azúcar, de cacaos, de harinas, de hilazas y de otros artículos más o menos fáciles de averiarse. El movimiento do las calles era extraordinario.

Los daños causados dentro del pueblo apenas son de consideración, porque como las avenidas dan siempre tiempo para levantar de los pisos más bajos los objetos que contienen, los dueños, que se hallaban prevenidos, al momento efectuaron la traslación. Solo en algunas tiendas en que se confió demasiado, o en alguna lonja en que los bultos eran de un volumen y peso excesivo, sobrevinieron algunas averías. Pero sí la villa salió tan bien librada, no sucedió lo mismo un poco afuera, en las inmediaciones del Nervión. Desde la soberbia fábrica de Bolueta, que quedó completamente anegada, hasta la no menos importante de los señores Ibarra, hermanos y compañía, en el Desierto, todas han sufrido poco o mucho, más principalmente aquellas próximas a la isla, en donde reunidas las aguas de las diferentes presas se precipitan de tal modo, que sus corrientes salvan todos los obstáculos. Es horrorosamente bello el espectáculo que en días como el del jueves presentan los Caños, la Isla, la Peña y el Pontón. Allí las aguas, que se desploman desde las presas en cantidades inmensas, chocan contra los peñascos que les sirven de base, levantando tal oleaje y estruendo, que no sabemos a qué compararlas. Allí corren y se precipitan, desobedeciendo a la ley de la gravedad; se chocan continuamente; saltan sin concierto, y arrastrándose como para sumirse en un abismo, suben de repente impelidas por la fuerza de la corriente hasta una altura prodigiosa.

No tenemos noticias de ninguna desgracia personal, aunque es imposible que haya dejado de suceder. Referiremos algunos sucesos curiosos y notables de otra índole.

La hermosa barca Gertrudis, recientemente construida, se hallaba fondeada en frente de la Salve, cuando fue sorprendida por las aguas. Su capitán y tripulación tomaban las medidas más oportunas para combatir el furor de las corrientes, dando calabrotes al buque, dos de los cuales habían va faltado, y pasando, con grave riesgo de su vida, embarcados desde este á tierra y viceversa, cuando en uno de estos viajes arrollan las aguas a la lancha de tal modo, que haciéndola chocar contra una de las cadenas de estribor la tumban; se suspenden de la cadena tres marineros; otros tres quedan fuertemente agarrados a ella en la lancha, y es el capitán arrojado al agua vestido y con las grandes bolas marinas que calzaba. Pero contra toda esperanza de salvar la vida, conservando su presencia de ánimo este intrépido marino, al conocer el riesgo que corría, comienza a nadar, y logra no sin grande esfuerzo llegar a la orilla, cerca del astillero del Sr. Saralegui, a unas 100 varas distante de donde se había embarcado. Salir a la orilla con asombro de sus compañeros, y acudir de nuevo a poner en seguridad la nave, fue obra de un instante, y ayudado por los operarios del fundidor Sr. Sagardui, que se presentó espontáneamente auxiliará la Gertrudis, y del cordelero de Deusto, Sr. Oco, que prestó un grueso calabrote y su ayuda, pudo el buque ponerse en buena facha. Pero él bravo y experto capitán D. Santiago Aldamíz, a poco rato de seguir trabajando, cayó desmayado y es conducido a una casa del astillero, desde la que repuesto vuelve a sus faenas y logra ver asegurada, después de 20 horas, a su hermosa corbeta, y salir librado del inminente peligro que corrió, con solo un susto y una completa mojadura. La tripulación permaneció sin comer durante el largo intervalo de las mismas 20 horas que corrió peligro la nave.

El puente de la Isla fue arrastrado por las corrientes desde el momento que subieron las aguas. ¿Cuántas veces se habrá repetido este mismo incidente?

Un mulo o caballo, que se cree salió a nado de la cuadra de uno de los molinos de la Isla, pasó por delante, del Arenal vivo aun y luchando contra el furor de las corrientes, sin tropezar ni en las muchas embarcaciones allí fondeadas, ni contra los machones del puente. Su paradero habrá sido probablemente el fondo del Ibaizabal.

Tres gabarras que se desamarraron en la parte más alta y navegable del Nervión venían impulsadas por las aguas sin haber tropezado tampoco en los buques fondeados en la Ribera. Todos los espectadores creían que al llegar al puente de Isabel II toparían con sus machones y saltarían hechos pedazos, pero sucedió lo contrario; dos de ellas, que allí llegaron casi emparejadas, atravesaron dos ojos del puente y siguieron su curso; la tercera pasó otro sin tocar; pero virando rápidamente, se estrelló contra las quillas de la goleta Ea, lugre Corzo y quechemarín Busca la vida, que fondeados permanecían al lado izquierdo del Nervión, sumergiéndose en el acto. El quechemarín perdió una cadena.

En Olaveaga atravesaban el rio los tripulantes del bergantín Somorrostro para echar un calabrote en tierra, cuando impelida por la corriente la lancha en que iban, volcó, pero no sin que aquellos pudieran suspenderse a las cadenas del buque y salvarse.

Una parte del convento de monjas de la Merced se desplomó el jueves por la noche, produciendo un terrible estrépito.

No hubo función teatral, porque el edificio tendría dentro de sus muros una vara de agua próximamente, pero sin llegar al suelo de las lunetas ni de otras localidades, y si sólo bajo el escenario, en el foso, en el vestíbulo, etc.

A pesar de lo doloroso que era contemplar la inundación, tenía innegable belleza: convertida Bilbao en una nueva Venecia, corrían veloces por sus calles lanchas y gabarras removidas por los remeros. Subieron estas hasta la plazuela de San Nicolás, calle del Víctor por la del Correo y Bidebarrieta, número 10, plaza del Mercado, Ribera, Arenal y bocacalles inmediatas.

A las nueve de la noche, unos cuantos jóvenes de los que forman el círculo de la Pastelería tuvieron la feliz ocurrencia ríe meterse en una de estas barquillas y recorrer, dentro de ella, las calles del Arenal y del Correo, cantando una de las barcarolas que con frecuencia nos han dejado oír en otras ocasiones. El efecto que produjo fue magnífico, realzado por las luces que reflejaban sobre las aguas y deslizándose sobre ellas hasta penetrar dentro de la Pastelería, punto donde acostumbran a reunirse, a la sazón con tres pies de agua.

La diligencia de Orduña, que el jueves salió a su destino, no pudo pasar de Arrigorriaga, donde permaneció toda la noche, y en cuya taberna se pusieron más de veinte camas: ayer llegó a las nueve a Orduña. El correo de Orozco, que se empeñó en seguir su camino, faltó poco para que fuese arrastrado por las aguas y hubo de volverse a Arrigorriaga muy satisfecho de no haber seguido adelante.

El alumbrado público se encendió a las cuatro de la tarde. Los destrozos causados en varios sitios son de alguna consideración. El piso asfaltado de la Pescadería ha sido casi todo arrancado, así como las sólidas mesas cubiertas de gruesos mármoles. Las verjas del muelle de la Ribera, del Arenal y de la Cendeja han quedado rotas en unas partes, caídas en otras, sobre todo cerca del gabarrón del señor Colina, donde fondean los vapores que, sea dicho de paso, tuvieron no poca suerte en hallarse fuera del puerto.

La grúa del muelle principal fue algún tanto removido, y en la rampa de este muelle se hacinaron arenas y sedimentos para poder cargar tres gabarrones. El cieno que han dejado las aguas es inmenso, y el que sale de las tiendas, de las lonjas, de los almacenes, no se podría quitar sí no fuera por las obras de las fuentes ejecutadas ya por Mr. Abbadie, obras cuya importancia es ahora reconocida. Con solo haberse soltado alguno de sus conductos, han quedado las calles perfectamente limpias.

Se han observado fenómenos en la subida de las aguas dignos de referirse. Casi todas las personas a quienes hemos consultado convienen en que esta avenida ha sido mayor que la de 1845, la más grande del siglo después de la de 1801, y, sin embargo, en algunos puntos del Arenal, Cendeja, etc., parece que no llegó a las señales que se conservaban desde aquella época. A pesar de esto ha subido más en las calles del Arenal, del Correo, Ribera, Portal de Zamudio, Bidebarrieta, etc., lo que nos induce a creer que, por efecto de la repompa que forma el puente de Isabel II, las aguas han subido más desde él para arriba, y menos que antes desde los pilares para abajo.

La elevación máxima sobre el nivel ordinario se calcula en 20 pies y ha marcado 79 centímetros por fuera, en las casas del Boulevard. Desde 1845 acá no había ocurrido una inundación tan importante. En algunos momentos los males que se presagiaban traían é la memoria los de 1801. Decimos que son 20 píes los que tuvieron las aguas sobre su nivel ordinario, pudiéndose calcular 13 sóbrelas aguas vivas: hubo casa del boulevard que tuvo dentro de sus muros vara y cuarta de agua, por hallarse su suelo más bajo que el pavimento exterior.

Finalmente, se ha observado en las señales del Pontón, que solo ha faltado a la avenida, para llegar a la altura de la de 1801, cuatro pies escasos.

La lámina que representa esta inundación ha sido ejecutada por nuestro hábil artista don Pedro Pérez de Castro.

Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales

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