martes, 8 de abril de 2025

 

EMBARCADERO AUTOMÁTICO EN ONTÓN 1889



La Ilustración Española y Americana, 15 de julio 1889

¿Quién ignora que la provincia de Vizcaya encierra una riqueza minera de primer orden?  Las exploraciones y los descubrimientos hechos en los años últimos han demostrado que el caudal minero no sólo es inagotable en la vastísima zona que parte del Nervión y se interna en las cordilleras inmediatas, sino que se ensancha y parece que se aumenta en mayor proporción, tanto hacia el interior como en la accidentada costa.

Nuevas y ricas minas están emplazadas a largas distancias del puerto de Bilbao, como las del coto minero de Ontón, en la misma costa, que presentan la necesidad imperiosa de dar solución fácil a este problema de mecánica: encontrar un medio fácil y económico de embarque en cualquier punto de la costa brava, aun fuera de todo abrigo y refugio, pero evitando el gravísimo peligro que amenaza constantemente a las embarcaciones que se acercan a tierra para recibir el mineral a bordo, ya por vertederas, ya por un puente volado, o bien por otro medio.

Porque la solución de este problema envuelve la explotación de grandes riquezas, cuya importancia se anularía, o poco menos, si fuese necesario transportar a largas distancias el pesado mineral de hierro por manera costosa en el arrastre y el embarque; y la dificultad del problema aumenta cuando se observa que las costas del Cantábrico rechazan casi en absoluto el penoso trabajo que exigen las obras de arte, aunque la ciencia y la industria modernas dispongan de poderosos elementos para ejecutarle, porque los temporales impetuosos, los duros vientos del Norte y del Nordeste empujan con indomable energía a las mares gruesas contra los enormes peñascos de la costa, reinando de continuo gigantesca lucha entre la tierra y el Océano, cuyas olas socavan las rocas y arrancan y destruyen colosales masas pétreas, con facilidad y rapidez sorprendentes.

 ¿Cómo establecer en tales sitios un embarcadero para el mineral extraído de inmediata zona, a fin de cargar con economía el barco que ha de transportarlo, y el cual está situado a pocos metros de la costa, y siempre con la terrible amenaza de estrellarse y despedazarse en las rocas?

Comprende se las decepciones que han sufrido varias Compañías nacionales y extranjeras en el intento de encontrar la solución del problema: halagadas por la perspectiva de grandes riquezas en logrando el fácil embarque del mineral, se atrevieron a poner en varios puntos recias escolleras , y construir gruesos muros de hormigón, que habrían de servir de apoyo a un puente volado y lanzado sobre el mar, o bien a un cable aéreo ; y sus esperanzas se convirtieron en desencanto al ver que desaparecían en pocos instantes, por acción de un temporal violento y al empuje de las olas, aquellas escolleras y aquellos muros, obras penosas y costosísimas ejecutadas en muchos meses.

Porque la costa correspondiente al coto minero de Ontón, conviene tenerlo presente, expuesta a los vientos reinantes del Norte y Noroeste, es quizá de las más peligrosas del Cantábrico, y la bate el mar con poderosa energía; pero dada la gran riqueza de mineral que existe en aquella vasta zona, se ha intentado en repetidas ocasiones encontrar la solución del problema de embarque, y hasta ahora inútilmente, sin reparar en presupuestos de gastos.

Pues precisamente esa difícil solución tantas veces buscada, y siempre en vano, y toda la explotación del coto minero de Ontón, ha sido estudiada concienzudamente, y sin duda resuelta con procedimientos originales, muy ingeniosos y también muy económicos, relativamente, por el distinguido arquitecto bilbaíno D. M. Alberto de Palacio.

Desde luego este sistema de embarque automático, es decir, sin necesidad de fuerza motriz, se recomienda por su sencillez, la cual es garantía del éxito: su principal aparato, de estructura tan ingeniosa como bien combinada, no presenta grandes superficies al ímpetu de los vientos, ni grandes masas de fábrica al empuje de los mares; no tiene aparatosas obras fijas cuya complicación es el principio de su propia ruina; desafía la acción destructora de los elementos, por ensoberbecidos que sean, con materiales de gran resistencia y pequeño volumen, como el acero; oculta sus obras fijas en el fondo del mar, adonde no alcanzan los huracanes, ni el oleaje, ni siquiera los cambios súbitos de temperatura ; funciona con marcha regular, uniforme, sin que la tempestad  le paralice, ni siquiera le entorpezca, y está calculado para el embarque de !a enorme cantidad de 5.000 toneladas de mineral en un día de diez horas de trabajo.

Describiremos con la mayor claridad posible ese embarcadero automático de vía submarina inventado por el señor Palacio.



En primer lugar, sirve de vehículo una gran torre metálica en esqueleto, una andamiada completamente diáfana, de forma piramidal truncada y de ancha base triangular; en esta base a gruesos rodillos de sistema y disposición especiales, para que todo el aparato se deslice fácilmente, y en la parte superior de la torre hay una plataforma triangular de cabida de 100 toneladas, tipo de su carga normal; dicha torre se desliza por una vía férrea, doble, rectilínea, de 200 metros de  longitud y 20 de anchura total, formada por dos vías paralelan de un metro de anchura cada una, y con cuatro carriles en dirección longitudinal; esa vía asienta y está sujeta al fondo del mar, que en aquel sitio es de superficie uniforme y de naturaleza pétrea, y forma un plano inclinado al 5 por 100, cuya parte más elevada está hacia tierra.

Ahora bien: ¿ese vehículo, torre o andamiada, como se quiera nombrarle, bajará con velocidad creciente por la vía y hacia el mar, obedeciendo alas inflexibles leyes de gravedad? No, el vehículo tiene cables de sujeción que le unen con un freno graduador de su velocidad y con un contrapeso que equilibra su masa, y estos dos aparatos, freno y contrapeso, están situados en tierra, en terreno firme.

De modo que el vehículo, cuando no tiene en su plataforma triangular las 100 toneladas de mineral, pesa menos que el contrapeso, y éste lo atrae hacia tierra para recibir la carga; y en seguida que la recibe, pesando ya más que el contrapeso, se desliza automáticamente por los carriles y avanza, con velocidad graduada por el freno, hasta el extremo de la vía submarina.

Nada más sencillo, ni más lógico, ni más hacedero: el vehículo vacío se retrae hacia tierra, con el movimiento que le imprime el contrapeso; el vehículo cargado se desliza hacia el mar, por vía inclinada, con el movimiento que le imprime su propia carga…

Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales

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