EMBARCADERO AUTOMÁTICO EN ONTÓN 1889
La Ilustración Española y
Americana, 15 de julio 1889
¿Quién ignora que la provincia de
Vizcaya encierra una riqueza minera de primer orden? Las exploraciones y los descubrimientos hechos
en los años últimos han demostrado que el caudal minero no sólo es inagotable
en la vastísima zona que parte del Nervión y se interna en las cordilleras
inmediatas, sino que se ensancha y parece que se aumenta en mayor proporción,
tanto hacia el interior como en la accidentada costa.
Nuevas y ricas minas están
emplazadas a largas distancias del puerto de Bilbao, como las del coto minero
de Ontón, en la misma costa, que presentan la necesidad imperiosa de dar
solución fácil a este problema de mecánica: encontrar un medio fácil y
económico de embarque en cualquier punto de la costa brava, aun fuera de todo
abrigo y refugio, pero evitando el gravísimo peligro que amenaza constantemente
a las embarcaciones que se acercan a tierra para recibir el mineral a bordo, ya
por vertederas, ya por un puente volado, o bien por otro medio.
Porque la solución de este
problema envuelve la explotación de grandes riquezas, cuya importancia se
anularía, o poco menos, si fuese necesario transportar a largas distancias el
pesado mineral de hierro por manera costosa en el arrastre y el embarque; y la
dificultad del problema aumenta cuando se observa que las costas del Cantábrico
rechazan casi en absoluto el penoso trabajo que exigen las obras de arte,
aunque la ciencia y la industria modernas dispongan de poderosos elementos para
ejecutarle, porque los temporales impetuosos, los duros vientos del Norte y del
Nordeste empujan con indomable energía a las mares gruesas contra los enormes
peñascos de la costa, reinando de continuo gigantesca lucha entre la tierra y
el Océano, cuyas olas socavan las rocas y arrancan y destruyen colosales masas
pétreas, con facilidad y rapidez sorprendentes.
¿Cómo establecer en tales sitios un
embarcadero para el mineral extraído de inmediata zona, a fin de cargar con economía
el barco que ha de transportarlo, y el cual está situado a pocos metros de la
costa, y siempre con la terrible amenaza de estrellarse y despedazarse en las rocas?
Comprende se las decepciones que
han sufrido varias Compañías nacionales y extranjeras en el intento de
encontrar la solución del problema: halagadas por la perspectiva de grandes
riquezas en logrando el fácil embarque del mineral, se atrevieron a poner en
varios puntos recias escolleras , y construir gruesos muros de hormigón, que
habrían de servir de apoyo a un puente volado y lanzado sobre el mar, o bien a
un cable aéreo ; y sus esperanzas se convirtieron en desencanto al ver que
desaparecían en pocos instantes, por acción de un temporal violento y al empuje
de las olas, aquellas escolleras y aquellos muros, obras penosas y costosísimas
ejecutadas en muchos meses.
Porque la costa correspondiente al
coto minero de Ontón, conviene tenerlo presente, expuesta a los vientos
reinantes del Norte y Noroeste, es quizá de las más peligrosas del Cantábrico,
y la bate el mar con poderosa energía; pero dada la gran riqueza de mineral que
existe en aquella vasta zona, se ha intentado en repetidas ocasiones encontrar
la solución del problema de embarque, y hasta ahora inútilmente, sin reparar en
presupuestos de gastos.
Pues precisamente esa difícil
solución tantas veces buscada, y siempre en vano, y toda la explotación del
coto minero de Ontón, ha sido estudiada concienzudamente, y sin duda resuelta
con procedimientos originales, muy ingeniosos y también muy económicos,
relativamente, por el distinguido arquitecto bilbaíno D. M. Alberto de Palacio.
Desde luego este sistema de
embarque automático, es decir, sin necesidad de fuerza motriz, se recomienda
por su sencillez, la cual es garantía del éxito: su principal aparato, de
estructura tan ingeniosa como bien combinada, no presenta grandes superficies
al ímpetu de los vientos, ni grandes masas de fábrica al empuje de los mares;
no tiene aparatosas obras fijas cuya complicación es el principio de su propia
ruina; desafía la acción destructora de los elementos, por ensoberbecidos que
sean, con materiales de gran resistencia y pequeño volumen, como el acero;
oculta sus obras fijas en el fondo del mar, adonde no alcanzan los huracanes,
ni el oleaje, ni siquiera los cambios súbitos de temperatura ; funciona con
marcha regular, uniforme, sin que la tempestad le paralice, ni siquiera le entorpezca, y está
calculado para el embarque de !a enorme cantidad de 5.000 toneladas de mineral
en un día de diez horas de trabajo.
Describiremos con la mayor
claridad posible ese embarcadero automático de vía submarina inventado por el
señor Palacio.
En primer lugar, sirve de
vehículo una gran torre metálica en esqueleto, una andamiada completamente
diáfana, de forma piramidal truncada y de ancha base triangular; en esta base a
gruesos rodillos de sistema y disposición especiales, para que todo el aparato
se deslice fácilmente, y en la parte superior de la torre hay una plataforma
triangular de cabida de 100 toneladas, tipo de su carga normal; dicha torre se
desliza por una vía férrea, doble, rectilínea, de 200 metros de longitud y 20 de anchura total, formada por
dos vías paralelan de un metro de anchura cada una, y con cuatro carriles en
dirección longitudinal; esa vía asienta y está sujeta al fondo del mar, que en
aquel sitio es de superficie uniforme y de naturaleza pétrea, y forma un plano
inclinado al 5 por 100, cuya parte más elevada está hacia tierra.
Ahora bien: ¿ese vehículo, torre o
andamiada, como se quiera nombrarle, bajará con velocidad creciente por la vía
y hacia el mar, obedeciendo alas inflexibles leyes de gravedad? No, el vehículo
tiene cables de sujeción que le unen con un freno graduador de su velocidad y
con un contrapeso que equilibra su masa, y estos dos aparatos, freno y
contrapeso, están situados en tierra, en terreno firme.
De modo que el vehículo, cuando
no tiene en su plataforma triangular las 100 toneladas de mineral, pesa menos
que el contrapeso, y éste lo atrae hacia tierra para recibir la carga; y en
seguida que la recibe, pesando ya más que el contrapeso, se desliza
automáticamente por los carriles y avanza, con velocidad graduada por el freno,
hasta el extremo de la vía submarina.
Nada más sencillo, ni más lógico,
ni más hacedero: el vehículo vacío se retrae hacia tierra, con el movimiento
que le imprime el contrapeso; el vehículo cargado se desliza hacia el mar, por vía
inclinada, con el movimiento que le imprime su propia carga…
Aurelio Gutiérrez Martín de
Vidales
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