NAUGRAGIO BUQUE “SANTA ANA” SETIEMBRE 1869
CRÓNICA DE UN temporal
Muchos y grandes temporales
desgraciadamente se desarrollan con frecuencia en esta costa de Cantabria, pero
el que ayer presenciamos sin temor de equivocarme puedo asegurarle fue uno de
los mayores que se han desatado en un huracán primero del Sudoeste, y luego a
cosa de las tres y media de la tarde con más furia del Noroeste, apareciendo en
un completo borrado toda esta Abra, convirtiéndose el mar en olas grandes y
espumosas.
Para esta hora ya el imponente huracán había echado
esta costa y a la altura del segundo castillo al quechemarín español Santa
Ana de la matrícula de Santander, que desde la villa de Avilés venia
destinado con doscientas cuatro cajas de azúcar para el señor D. J. A. de
Uriguen de este comercio, y algunos más efectos. Este buque que la fuerza del
viento arrastraba, se vio precisado a dar fondo con las dos anclas arriando sus
cadenas hasta los chicotes, pero al poco tiempo creciendo por momentos el
temporal, hizo faltar las dos cadenas al débil quechemarín, que comenzó a saltar
sobre las peñas, y su capitán y cuatro tripulantes que tan de cerca veían su
muerte segura. Dios sabe cómo se embarcaron en la lancha de abordo, después de
haber pedido auxilio a un vapor que a la vista se lo estaba prestando a otro
buque de vela y por cuya causa no pudo socorrer al quechemarín.
Sin embargo de lo imponente y
amenazador del temporal y de las grandes mares que rompían, el anciano, pero
intrépido y valiente marino de este puerto de Santurce, D. Juan Domingo de
Basagoiti, salió con su lancha a socorrer a aquellos cinco infelices, que
consideraba expuestos en su lancha bote, dándoles alcance cerca del punto del
siniestro, trayéndolos a su lado, convoyándolos hasta dejarlos seguros en este
puerto, en el que dispuso el señor alcalde se alojaran en una casa decente y se
les socorriera con cuanto fuese necesario.
A la parte del Nordeste se veía
otro patache muy comprometido, que era arrojado al arenal de Algorta por el
temporal, pero gracias al Sr. D. Juan S. de San Pelayo que con su pericia y
denodado arrojo fue con su lancha bolisa bien tripulada hasta el costado
de este buque, dando allí sus acertadas disposiciones (como siempre) se
consiguió ponerlo frente al canal de la barra y entrarlo en el puerto. Este
buque era el que auxilió en el Abra el vapor Pelayo de esa matrícula,
que lo tomó a remolque, pero faltaron los calabrotes, y aunque luego hizo
grandes esfuerzos para volverlo a tornar, le fue imposible.
Entre los buques que medio
zozobrados franquearon la barra, lo hizo una corbeta francesa que traía las
velas rifadas corriendo el temporal y que por su mucho andar y la circunstancia
de venir poco lastrada dio una guiñada en la misma barra hacia la parte del
Sudoeste y cuantos lo observamos creímos se iba a la playa de Portugalete, pero
felizmente enderezó por lo bien que traía su aparejo, pasando por entre muelles
como un relámpago.
El capitán de esta corbeta (que siento no
saber su nombre) se portó con generosidad antes de llegar a este Abra,
recogiendo a su bordo la tripulación de la lancha de D. Valentín Causa de esta
matrícula, compuesta de nueve hombres, a los que trató con la mayor amabilidad,
asegurándoles que si no tenía entrada en la barra de Bilbao los llevara consigo
hasta donde la Providencia los destinara. Habiendo antes asegurado la lancha, trayéndola
de remolque hasta la Punta de la Galea, allí faltó la tosta a esta lancha y se fue
a pique.
Puede asegurarse que, de no haber
dado este humanitario auxilio tan bondadoso marino, hubieran perecido los nueve
hombres de esta cofradía. A la misma hora de las tres, cuando tanto arreciaba
el huracán se presentaron a la vista otros buques y entre ellos la corbeta Paraguaya
de esa matrícula, y los que se dejaron correr hacia el Este, llevándose esta
corbeta otra lancha de este puerto hasta cierta altura, en la que la abandonó
teniendo que refugiarse su tripulación en el puerto de Miñacs, distante de la Punta
Galea una milla escasa, y gracias a estas dos casualidades debemos el que en
este pueblo no hayan quedado en la orfandad diez y ocho o veinte familias.
En la misma marea entró de arribada el vapor
de esa matrícula el Vizcaíno Montañés que había salido tres o cuatro
horas antes con destino al puerto de Santander. En las arenas de Portugalete y
muelle se hacía casi imposible el poder andar lastimando el rostro los grano o
partículas de arena que hacía volar aquel desencadenado viento, teniendo que
abandonar su trabajo los muchos operarios que se hallaban en la construcción
de los cimientos de la manzana de casas que se ha de edificar en aquel punto,
arrancando en la plaza le dicha villa uno de los hermosos árboles que la adornan.
También vi como una ráfaga de viento hizo dos pedazos la bandera de señales que
se alzaba en la torre del muelle de Portugalete. Dios quiera que el día de ayer
no traiga el llanto envuelto en gran luto a muchas familias de los puertos de
esta costa. Irurac bat, 23 de setiembre de 1869.
Aurelio Gutiérrez Martín de
Vidales
Grandes y frecuentes vendavales eran, al parecer, más peligrosos que ahora debido a peores medios tecnicos que los actuales. Pero el relato no deja dudas al respecto. Gracias Aurelio. Mariano G.
ResponderEliminar