jueves, 22 de febrero de 2018

NAUFRAGIO LANCHA "EL GALLO" FEBRERO 1880


LANCHA “EL GALLO,” NAUFRAGIO

En el mismo mes y año, febrero de 1880 que salen a concurso la construcción del Muelle de Hierro y el dragado de la ría y con ello tratar de evitar el alto índice de naufragios en la barra de la ría, un accidente marítimo con muertos, vino a poner de relieve la urgencia del inicio de las obras, para así poder paliar y reducir dichos accidentes.

 Durante dicho mes de febrero hubo un temporal de tal envergadura que obligó a tener amarrados en la ría de Bilbao es decir en la extensión que abarca desde Olaveaga hasta Portugalete 210 embarcaciones de todas clases, a saber 106 vapores ingleses, 24 españoles, 9 franceses,2 holandeses, 2 belgas, 2 noruegos, 1 alemán, y 1 de Dinamarca. Total 147 vapores, que sumados con los 63 buques de vela de distintas nacionalidades hacen las 210 embarcaciones citadas.

 De tal manera era el temporal, que según recoge el diario El Noticiero Bilbaíno se hicieron las siguientes  consideraciones. Parece imposible, pero sin embargo es una verdad, en la ría de la importancia de la de Bilbao apenas hay boyas ni cañones en los muelles para amarrar los buques. Así sucede que en días huracanados como los de esta semana, hayan sido arrancados grandes trozos de pretil de los muelles en los cuales se hallaban amarrados los vapores, urge, por tanto, que se coloquen cañones y boyas para evitar siniestros.

La siguiente, es la carta que Ricardo Vildosola envía al periódico El Noticiero Bilbaíno, en representación de la cofradía de Santurce en la que relata los hechos del naufragio de la lancha “El Gallo”, sucedido el 16 de febrero de 1880 a la altura de Muskiz.

Sr. director de EL Noticiero Bilbaíno.

 Muy señor mío, muy dolorosamente me es el tener que participarle a V. de la triste desgracia del náufrago de la lancha de la matrícula de este puerto titulada” EL Gallo”, que como otras de esta cofradía se dedicaba a la penosa navegación y ejercicio de abordar buques que se dirigen a la barra y ría de esa villa.

Esta lancha nombrada como he dicho «El Gallo», ha salido de este puerto hoy a las cinco de la mañana, tripulada con once robustos y fuertes marineros de este pueblo, gobernada y patroneada por su dueño y práctico lemán de barra el inteligente y valiente marino D. Clemente de Ostria, la que a las siete y media de la mañana  hallándose en esta abra a la altura de Musquez y Ontón y a distancia de tres millas de tierra, ha naufragado, quedando aquellos once infelices asidos y de mala manera a la lancha que acababa de zozobrar, sin que nadie fuera testigo de esta terrible desgracia, más que un joven que de un monte entre Ontón y Musquez pudo verlo.
























El joven Inmediatamente se dirigió al puerto de Poveña dando noticia de aquel siniestro, y en el momento cuatro hombres intrépidos de aquel puerto echaron al mar desde el embarcadero construido por el señor Mac-Lennan y compañía, un bote pequeño que por casualidad encontraron. Pero en el trayecto a distancia que recorrían, el bote  hacía muchísima agua al llegar donde estaban los desamparados náufragos, ya aquella pequeña embarcación apenas era suficiente para aguantar a los cuatro marineros, que con tan buenos deseos habían salido a salvar a sus compañeros, circunstancia que dolorosamente les obligó a desistir de tomar ninguno a su bordo, y solamente pudieron dirigirles algunas palabras de consuelo  y promesa de que avisarían al puerto de Ciérvana para que fueran a salvarlos.

 En este momento hubo escenas desgarradoras para unos y otros; pero el intrépido y animoso practico D. Clemente de Ostria. que tan cerca tenía el fin de su vida, dijo a todos sus tripulantes: «ánimo, muchachos que ya aguantaremos hasta que se avise y nos vengan a recoger».

 Dicho esto, el bote con los hombres volvió a Poveña, pero al poco tiempo uno de los muchachos de la lancha dijo a los demás: «y marcharé en el bote para sí puedo, avisar en tierra.» Dicho esto, se arrojó al mar, y dirigiéndose a nado a aquel bote que viendo los que le tripulaban tan denodado arresto, le esperaron y recibieron a su bordo, marchando como mejor pudieron al mismo punto de Poveña. Inmediatamente que saltaron a tierra, avisaron al puerto de Ciérvana de la desgracia ocurrida; y como en este puerto sí hallaran otras dos lanchas de esta misma cofradía de Santurce se lanzaron al mar con la precipitación y rapidez del rayo buscando a sus hermanos náufragos en el océano del mar, y que en aquel instante luchaban con la agonía  desgarradora de la muerte: así fue, avistaron la lancha náufraga, se acercaron a ella; pero ¡oh! dolor solo vieron en ella un solo hombre y desaparecieron otros dos en aquel terrible lance en los abismos del mar, sin que  sus esfuerzos consiguieran más que salvar la vida del que presenció la muerte de todos sus nueve compañeros de infortunio, y no pudiendo hacer más que recoger aquel hombre y lancha náufraga, volvieron al puerto de Ciérvana, en el que prestaron los auxilios necesarios a aquel desdichado que la Providencia había salvado.





















La narración de lo ocurrido desde la siete y cuarto de la mañana en que naufragó aquella lancha, hasta las once y mediado la misma, hora en que llegó la de Ciérvana hecha por éste que salvaron, testigo de la muerte de los otros nueve, y entre ellos un hermano suyo, es difícil digo imposible, de describir ni aproximarse a relatarla, porque la pluma se resiste a poder hacerlo.


 Entre los once tripulantes había dos muchachos de corta edad que fueron sostenidos en un principio por el valeroso práctico y patrón de aquella lancha D. Clemente de Ostria. hasta tanto que se le agotaron sus tuerzas, sumergiéndose aquellas tiernas criaturas para no volver  aparecer, a los pocos minutos sucedió lo mismo con su protector poco antes, el sr. Ostria, que sin duda cansadísimo, desfallecido y sin fuerzas, también se sumergió; esto mismo ocurrió con cuatro  hermanos, que uno a otro se sostenían pereciendo dos de ellos después de haberse auxiliado hasta el último, siendo uno de ellos el salvado por la lancha que salió de Ciérvana; este tenía agarrado al otro hermano hasta casi acercarse la misma lancha a quien debe su existencia, pero falleció en sus mismas manos.

Los nombres de los que tripulaban aquella lancha y se han ahogado, con los dos que se han salvado son: el dicho

D. Clemente de Ostria, casado, que deja a su viuda v tres hijos.
D. Raimundo Hormaechea, soltero.
D. Antonio Urioste, casado, deja su viuda con tres hijos.
 D. Pedro Ruiz, casado, deja su viuda en cinta v una hija.
D. Juan Beraza, soltero, y su hermano. 
D. Matías Beraza, también soltero.
D. Manuel Loredo. Deja su viuda en cinta y un hijo.
 D. Juan Landeta, casado, deja su viuda y un hijo.
D. Ramón Rivas, soltero.
D. Telesforo Martínez, que fue el salvado en el bote, soltero.
D. Ángel Hormaechea, soltero, salvado en la lancha.


 Nada digo a V. del llanto y luto de que se halla revestido en tan triste momento este pueblo; así es que el Ayuntamiento se ha reunido en el acto y ha hecho comparecer al seno del mismo a los pocos particulares que nos encontramos en este puerto, para proporcionar algún pequeño medio de enjugar tan abundan es lágrimas de estas nueve familias que han quedado en la orfandad, resultando de esta reunión el que el municipio contribuya de los fondos destinados a calamidades públicas, con dos mil reales, y que abierta una suscripción por los concurrentes haya dado un resultado de seis mil trescientos diez reales, acordándose al mismo tiempo nombrar una Junta y una Comisión del seno de la misma para tratar con las autoridades  superiores de esa villa y esas redacciones de periódicos afín de llegar medios conque poder socorrer en lo posible a tanta desgracia .

El práctico que se ha desgraciado, D. Clemente de Ostria, era uno de los más queridos de las tres Cofradías de Portugalete, Algorta y esta de Santurce y muy apreciado por todos los capitanes, no solamente españoles sino extranjeros que atravesaban la barra y ría, y en particular de los ingleses, pues poseía su idioma como si él también hubiera sido inglés. Estuvo embarcado en el vapor Dalia, inglés, más de dos meses, o Ínterin permaneció en esta costa extendiendo el cable submarino o telégrafo.

Otra desgracia por el estilo de la que tengo el disgusto de anunciarle, sucedió el 16 de agosto de 1874, con la lancha de este puerto nombrada Tía y Sobrino, su patrón D. Leonardo Landeta que también pereció con otros ocho tripulantes.

 Si al insertar en su apreciable periódico la desgracia sucedida en este puerto tuviera a bien y le fuera posible abrir en las columnas del mismo, una suscripción en favor de estas viudas y huérfanas llamando la atención de ese bondadoso y caritativo sin igual pueblo, se lo agradecería en el alma en nombre de las nueve infelices familias, y por ello se atreve a darle las gracias su afectísimo S. s. q. s. m. b.,

Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales



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