CANICAS
Llevaba meses intentado comprar
canicas de colores, no esas bolas de cristal todas idénticas que se venden como
complemento de adorno, principalmente para jarrones.
Yo quería canicas de las de
antes, de cristal, de barro, cerámicas, etc., pero de colores y tamaños
diferentes. Y por fin en un rastrillo, una persona me dice que tiene una bolsa de ellas, guardadas, sin que
nadie salvo ella se acuerde que están allí, apretujadas en una bolsa, en el
oscuro rincón del baúl del olvido, y que todo el contenido de la bolsa las
vendería por 10 euros.
Hecho el trato, al día
siguiente me hago con la bolsa, (184 canicas) y con los recueros de la
vendedora. Sus recuerdos que vuelan parejos a los míos. Recuerdos, que como las
canicas se las pasaré a mi nieto, unas de modo físico, los otros con historias
a modo de cuentos, bálsamo de los felices sueños.
Nuestra infancia a diferencia de esta actual, éramos
más de juegos asociativos, y las canicas no tenían tope de jugadores. Yo recuerdo
de llevar siempre una canica en el bolsillo, no la misma, la que más me gustaba
en ese momento. Vivimos en una etapa que no es ni mejor ni peor que otras
pasadas, sin nostalgia alguna, pero siempre con el recuerdo de lo que a cada
uno le ha hecho feliz. Y a mí las canicas me trasmiten felicidad.
Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales
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